Los problemas energéticos de la región no se resuelven con todo el etanol brasileño, ni con los “regalos” de Chávez ni con la refinería. Sin duda, estas ofertas podrían reducir marginalmente—en el corto o en el mediano plazo—los precios que tienen que pagar los centroamericanos por sus combustibles, pero este es un problema que no puede verse nada más desde la oferta. Basta nada más con explorar algunas de las características de cómo y en qué se consumen esos energéticos para entender que la región, más allá de buscar solamente fórmulas para bajar—más allá de los precios en el mercado internacional—los precios de los combustibles, puede ubicar y aprovechar grandes y rentables oportunidades del lado de la demanda para reducir su factura energética.
Por mucho, en el centro del impacto de los altos precios de la energía está el uso que tiene en el transporte de personas y mercancías. Precisamente, por tener en la mayoría de los países un mercado liberalizado de los hidrocarburos, los precios de los derivados del petróleo reaccionan inmediatamente a las señales que mandan los mercados internacionales. Por lo mismo—más allá de los altos precios que ahora pagan por gasolina y diesel—un aumento de precios por la crisis de Irán o por la huelga de trabajadores en Nigeria le pega de inmediato a los bolsillos de los dueños de vehículos en la región y, por reacción en cadena, desata las presiones a los gobiernos, en particular de los transportistas, quienes tienen precios controlados y cuyos márgenes de ganancia dependen del precio del combustible.
viernes, 5 de septiembre de 2008
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